miércoles, 15 de junio de 2016

Cerrando el círculo...

Palmira estaba convencida en aceptar el trabajo que le habían ofrecido en la ciudad. Ahora eran tres y no podían seguir sobreviviendo con lo poco que ganaba Braulio con la carpintería, un negocio venido a menos los últimos tiempos. "Sabes que esto no nos va a dar un futuro, debemos buscar nuevos objetivos de trabajo y habría que escolarizar a Niséforo el próximo mes de septiembre, la ciudad no queda precisamente cerca para ir todos los días". El hombre bajo la cabeza, pues ni aún pudiendo hablar era factible hacer cambiar de parecer a su terca esposa. De nada hubiera servido expresar que el resto de niños hacían ese mismo trayecto todos los días y no pasaba nada. Había llegado el momento de irse. 

Telémaco andaba triste aquella tarde, pues algo barruntaba. Sus amiguitos así lo entendieron, y le preguntaron si le ocurría algo. "Nada, pero pronto marcharemos de aquí". Clarita no pudo contener las lágrimas, era inexplicable el cariño que le había cogido a aquel niño que conocía de apenas unos meses. Así que quiso esconderse en el refugio del leñador para ahogar la tristeza que sentía, cuando Braulio la vio y quiso apaciguar su llanto, acariciándole sus dos trencitas. "Por favor, dime que os quedáis aquí, que no os váis". El hombre no quiso engañarla y negó con la cabeza. Los demás niños aparecían por el sendero que llevaba a su casa, y junto a ellos su hijo. "Bueno, al menos ¿es posible un último juego?". Tras un brevísimo silencio, el hombre asintió y les hizo ademán de que esperaran. Oyeron unos cuantos golpes de martillo dentro del taller y al poco salió el hombre con dos objetos y algunas bolsas. Eran dos rectángulos de madera con un clavo en el medio y dos bolsitas que contenían doce clavos iguales al de la pieza. Héctor cogió la nota: "Este será el último juego, un juego especial. En grupos de dos, debéis conseguir colocar los doce clavos encima del que se encuentra clavado con la única condición que ninguno de ellos toque la superficie. Ganará aquel equipo que lo logre antes". En efecto, era un juego bastante exigente dada su corta edad y su falta de pericia en trucos de ingeniería, pero el objetivo era que estuvieran juntos por última vez y disfrutaran con aquello que más les gustaba. Encomiable la perseverancia y el entusiasmo de unos niños ante una tarea que difícilmente tenían posibilidades de lograr. No obstante, era un aprendizaje al que seguro podrían sacarle provecho en un futuro, cuando ya sus vidas fueran por separado y los mejores momentos vividos de niño fueran un vago recuerdo ante las innumerables experiencias que vivirían más tarde. Lo verdaderamente importante, es que estuvieron unidos en algo y eso lo llevarían para siempre. 




Braulio quiso tener un pequeño detalle con los niños, a los que quería como si realmente fuesen suyos, y cuando salió nuevamente del taller, lo hizo con dieciocho réplicas, una para cada uno, de la pieza con los clavos sobre ella, cómo debían haber quedado en caso de conseguir el reto. Un objeto con un escaso valor material, pues apenas eran los restantes de algunos muebles que construía el hombre, pero de un elevado valor sentimental para todos ellos. 



Braulio, Palmira y Telémaco hicieron las maletas para salir a la mañana siguiente después del desayuno. Lo que él no sabía, es que la ambición de la mujer iba mucho más allá, y tras su pretensión de ir a la ciudad se escondía algo más... Y es que quizás no quería seguir compartiendo su vida con una persona con la que ya no lograba comunicarse. Así que, aquella mañana, mientras Braulio se encontraba en la bodega de Tomás despidiéndose de los suyos, su mujer cogió al niño y emprendió un viaje. 

Cómo no quería que nadie de la aldea la identificara, evitó coger el transporte público que pasaba tres veces al día, así como los lugares que frecuentaban los demás vecinos y decidió atravesar el bosque ataviada con un turbante en la cabeza y el niño de su mano. "Es importante que no le digas a nadie que nos vamos, ¿de acuerdo?", le había dicho justo antes de partir. "Es una sorpresa, ya verás que te gustará". Apenas unas bolsas con cuatro utensilios personales fueron necesarias para emprender la marcha. 

Caminó durante un largo rato por aquella mañana de primavera que estaba a punto de dar paso al verano; los árboles repletos de flores, rebosantes de luminosidad y de aves tarareando descompasadas melodías. A pesar de lo bucólico de la escena y el aparente sosiego que ofrecía, la mujer se sentía nerviosa y un tanto atacada por si alguien podía haberla seguido y descubierto que marchaba (mejor dicho, que huía). Conforme avanzaba el camino se dio cuenta de que no lo conocía el sendero lo suficiente como para saber con certeza que iba en la buena dirección hacia la ciudad. Ella y el niño estaban bastante cansados, así que pararon por unos instantes en una fuente que había junto a un manantial para beber agua y refrescarse, pues el calor empezaba a azuzar a base de bien. Se relajaron unos instantes allí cuando Niséforo-Telémaco decidió ir a dar una vuelta hasta que su madre empezó a perderle la vista. "¿Niséforo? Niséforo, ¿dónde estás? Ven, que debemos seguir el viaje", decía al tiempo que se adentraba en el bosque. Fue entonces cuando vio como el niño se adentraba en una gruta. "¡Niséforo!", gritó. "No entres, espérame". La mujer lo siguió y se adentró en la caverna. Cuando se encontró con el niño lo reprendió su comportamiento aludiendo a que debía tener mucho cuidado porque podía hacerse daño y caer, pues allí no había ningún tipo de visibilidad y desconocía por completo el terreno. De repente, un estruendo los paralizó;

"Te estaba esperando, mujer. Mira a tu alrededor y disfruta con lo que vas a contemplar, pero no te olvides de lo principal. Antes de nada, debes recordar que; después de que salgas, la entrada se cerrara para siempre. Por lo tanto, aprovecha la oportunidad, pero no te olvides de lo principal...". 

La mujer obedeció aquella voz y se adentró en la gruta, encontrando allí muchas riquezas. Fascinada por el oro y por las joyas, dejó al niño sentado sobre una roca y empezó a juntar, ansiosamente, todo lo que podía. Para ello no dudó en vaciar las bolsas que llevaba para el viaje y llenarla de todo tesoro cuanto iba reuniendo. La misteriosa voz habló nuevamente; "Tienes solo cuatro minutos". 

Agotados el tiempo establecido, la mujer cargada de oro y piedras preciosas, corrió hacia el exterior de la gruta, feliz por poseer finalmente aquello que tanto deseaba y la entrada se cerró... Recordó entonces que el niño quedó adentro y la abertura estaba cerrada para siempre. 

La riqueza duró poco y la desesperación... para el resto de su vida. 




Autor: Sergio Perpiñan Arjona

Cumpliendo los objetivos planeados

Aquel día de juegos quedaría especialmente en el recuerdo de todos los que formaron parte de aquella gincana permanente en la que se había convertido la casa del leñador; por más que pasaran los años, Clarita, Críspulo, Jimmy, Belinda, Susi, Cipriano, Simón, Jacinto, Carlitos, Héctor y los demás retendrían en la memoria colectiva de todos ellos los días pasando disfrutando juntos y descubriendo el mundo de posibilidades en forma de juegos que se abría entre ellos. En efecto, la felicidad era eso. 

Los niños jugaban a la perfección en conjunto, apenas tenían problemas de entendimiento, y cuando los tenían éstos no duraban demasiado. Tal vez se deba a que los niños son más capaces que los adultos de dejar su orgullo a un lado en pos de la amistad y la diversión. Así que Braulio aprovechó para proponer un nuevo juego, denominado "saltando los aros". Por equipos de dos, se colocaban varios aros en el suelo, y en cada uno de ellos debía caber el pie derecho de un niño y el izquierdo de otro. El último de la fila debía retirar un aro y correrse todos un puesto hacia su izquierda, siempre habiendo uno de los dos pies pisando el suelo del círculo. La complicación venía con que, el último de los niños, iría con los ojos vendados, de manera que debía coger el aro haciendo caso de los demás compañeros. Seguidamente, este juego dio lugar a otro llamado "cada oveja a su corral"; en este caso todos menos uno (el guía) irían con los ojos vendados, y debían seguir las directrices de éste para acceder a su corral sin perderse en el intento. Finalmente, el juego que resultó más divertido para todos ellos. Braulio colocó pelotas en distintas partes del terreno, mientras que los niños, con los ojos vendados y haciendo caso de sus respectivos guías, debían establecer un código de comunicación para avisar a los de delante sobre qué dirección tomar y, una vez estuvieran frente a la pelota, el primero de todos debería agacharse para cogerla. Estos juegos fomentaban la cooperación entre todos ellos, el trabajo en equipo, la compenetración así como el tipo de liderazgo que tomaba el guía. 

Antes de que anocheciera, aún había un último juego esperando a los pequeños en aquella jornada repleta de entusiasmo. Cuando ya estaban a punto de marchar a su casa (aunque sabían que no debían tener prisa, pues sus padres no podían estar más tranquilos que estando bajo la mirada del afable Braulio). El hombre los dividió esta vez en dos grupos de nueve cada uno y colocó a lado y lado del terreno dos círculos. Le dio nuevamente una nota doblada a Héctor, el niño lector, que lo desplegó rápidamente; "Sois dos equipos. Jugaréis seis y seis, que serán sustituidos por los otros cuando estén un poco cansados de correr. Dos defenderán el círculo sin poder entrar en él, y los otros cuatro tratarán de ir hasta el otro círculo y colocar la bandera en el centro. Sólo podrá entrar en el círculo quien lleve la bandera, los demás no. Si se incumple esta norma, el equipo perderá un componente hasta el final del juego. Ganará quien coloque antes la bandera en el circulo del equipo contrario". Braulio asintió y los niños formaron los equipos. De igual manera que con el futbolín humano, parecían claros los roles; quienes defendían y quienes corrían. Esta vez si hubo un poco de confusión en cuanto a los tiempos, pues los reservas se impacientaban por participar y en ocasiones incumplían esta norma precipitándose al terreno de juego. Pasaron cinco minutos hasta que el equipo de Clarita, de la mano de Umberto colocaba la bandera en el circulo contrario para el goce de su grupo. Braulio trató de poner en práctica algo que le obligaba su mutismo; los equipos autogestionados. Mediante dos grupos gestionados por ellos mismos, no existía un jefe impuesto, sino que el liderazgo se formaba de manera informal. Esto se producía en base a la confianza que la sapiencia y experiencia de algunos de ellos (en este caso, Héctor) desprendían respecto a los demás y de alguna manera se convertían en un referente y un guía para los demás, a los que poco a poco iba transfiriendo habilidades así como sacando el máximo provecho de sus habilidades. 











Un día de juegos...

No hay nada en este mundo como la ilusión que sienten los más pequeños ante cualquier cosa que estén a punto de recibir, ya sea un regalo o una sorpresa cualquiera. Telémaco se había hecho popular entre los niños de la aldea gracias a los juegos que, de vez en cuando, proponía Braulio, ese hombre que, pese a no hablar, era capaz de hacerlos disfrutar como pocos. También sus padres estaban satisfechos de estos; si bien ya era querido y valorado por todos debido a su gentileza y preocupación permanente por los demás, colaborando en todo lo que necesitaban, ahora hacía disfrutar a sus hijos, y eso no tenía precio. Tanto fue la veneración que sentían por él, que la leyenda fue derivando hasta límites insospechados; contaban que un ser endemoniado, celoso del carisma y la simpatía que despertaba el hombre, apareció una noche y le quitó  la voz para que no pudiera hablar jamás. Sobre su figura planeaban un sinfín de rumores y habladurías que nunca llegarían a nada. 

Si en un principio Telémaco encontró a Clarita y después reunió a otros seis niños, ahora un total de diecinueve niños (tantos como había en la aldea) se congregaban alrededor de los juegos que proponía Braulio. Esta vez la sorpresa que se llevarían todos era mayor. Braulio, caracterizado como un mimo, hacía una serie de prolegómenos incesantes dirigiendo la mirada de los niños a una gran estructura tapada por una sábana. Deseperados por saber que habría debajo, le inclamaban que la descubriera. Y así lo hizo ante 38 ojos como platos que se descubrían ante él; era una pequeña cabaña recubierta por varias ramas de árboles, con un lateral metalizado y una puertecilla superior por la que, previsiblemente, iban a entrar todos. El mimo improvisado se dirigió a uno de los niños y le facilitó una nota. Críspulo era el único de ellos que había aprendido a leer, así que obedeció la petición del hombre y tomó la nota, que decía lo siguiente; "Os gusta esta casita ¿verdad? En ella os podréis refugiar después de que os persigan unos animales llegdos del bosque. Pero, tengo una mala noticia para vosotros... No hay sitio para los 19, sino que solo caben 15 de vosotros. En vuestra mano está quien entra y quien no. Tenéis diez minutos para decidirlo". Quedaron perplejos, de la sorpresa inicial se había dado paso a una ligera decepción. En el fondo todos se preguntaban si no sería él/ella quien quedaría sin disfrutar de esa casita. Pronto comenzaron los alegatos;

- Está claro que yo debería entrar, pues la construyó mi papá -dijo Telémaco.
- Y yo fui tu primera amiga y la que tiene mayor antiguedad en el grupo, así que yo debería ser la segunda -le seundó Clarita. 
- Siendo así, lo más justo es que se queden fuera los últimos en llegar -añadió Jimmy, el líder trascendental del juego de los esquís-.
- Sí, estoy de acuerdo -repitieron al unísono otros dos niños que estuvieron en aquel juego.
- Eh, no, no. Esto no me parece justo -replicó Simón, que había sido de los últimos en llegar-, esto nos deja fuera del juego, no es justo.
- Es verdad, nosotros también tenemos derecho a entrar en la casita -apoyó Belinda, otra de las niñas que había llegado en última instancia. 
- Creo que os vendría bien porque mis amigos me dicen que soy muy divertido, jeje -Intervino Jacinto. 
- ¿Lo echamos a papel y tijera y así nadie se enfada? -propuso Susi, preocupada por que nadie se enfadara. 
- No sé, ¿y sí puede entrar un grupo primero y el otro después? No tengo ni idea -se sumó Carlitos. 
- A ver amigos, ¿cuántos de vosotros habéis llegado durante el último mes? -preguntó Cipriano, que en su día ejerció de lider autoritario. 
Siete de ellos levantaron la mano. 
- Así que vamos a decidir entre estos siete, venga. -Prosiguió el mismo Cripriano. 

Los niños se vinieron un poco abajo, pues poca fuerza podían hacer siete contra doce, con lo que entendieron que solo tres de ellos serían candidatos a entrar. La discusión se prolongó durante los siguientes minutos, hasta que el 'mimo' extendió sus dos manos en señal de que habían pasado los diez minutos y que únicamente habían podido entrar los doce primeros, ya que el resto de se había acabado de poner de acuerdo. Desconsolados, algunos de ellos se echaron a llorar, mientras que los otros trataban de consolarlos. No obstante, se dejaron entrever nuevamente el tipo de liderazgo que cada uno atesoraba; según Belbin, estos se distribuían en tres grupos; un primer mental, con el especialista (Jimmy), el creativo (Jacinto), el evaluador (Cipriano, indagando sobre los últimos en llegar); otro social con el cohesionador (Susi), el investigador de recursos (Carlitos) y el coordinador (Cipriano, nuevamente); y, finalmente, el de acción, con el dinamizador (Crispulo, el que leyó la nota), el implementador (en este caso, no hubo nadie) y el finalizador (que, sin pretenderlo, termino siendo el propio Braulio). También se puedenapreciar como Telémaco usa una decisión rápida (o snap decission), una decisión poco razional y sí emocional para ser el primero en entrar en el refugio. Pese a la edad de los pequeños, el hombre se mostró tremendamente satisfecho, porque consideraba que adorado Telémaco había aprendido una lección para el futuro, pese a que su motivación para entrar no entrase en ninguno de los roles esperados al no estar fomentado en una razón de peso más que ser el hijo de Braulio. Se pudo ver también como decidir aporta estrés a sus integrantes, debido a que eran conocedores de que algunos se quedarían fuera. No obstante, la desilusión duraría poco, porque aquella casita era para que la disfrutasen cuando gustasen, pues nadie la iba a mover de allí. Desde entonces se convertiría en el 'refugio de amistad' para todos ellos.




Los niños entraban y salían de la caseta por arriba, por el lado (a través de otra obertura que encontraron en un lateral), la llenaban de juguetes, de animalitos... No se percataban que, mientras continuaban con su ajetreo para arriba y para abajo, Braulio les estaba esperando fuera con un nuevo juego. Cogió a doce de ellos y creo dos equipos, situándose como si fueran un futbolín humano; un portero, delante suyo dos defensas frente a tres atacantes del otro equipo y en el otro lado lo mismo en orden inverso, de modo que, cogidos de la mano y siempre desplazándose de manera lateral (nunca dando un paso adelante); aquel que incumpliera alguna de las normas, quedaría eliminado. Una vez concluido el tiempo reglamentario, cambarían los equipos para que también pudieran jugar los demás. Tan importante como trabajar competencias básicas en la vida diaria, era cumplir con los criterios impuestos, las normas y hacer gala de juego limpio, algo que parece quedar bastante relegado en nuestros días. Braulio no hubiese necesitado hablar en esta ocasión aunque hubiese podido hacerlo, pues los chicos eran conocedores a la perfección de en que consistía este juego (quizás, mucho más que él) y añadiría que algunos de ellos eran verdaderos expertos en el deporte del balompié. Aquí el trabajo en equipo sí había ido a la perfección; Héctor, era un gran aficionado al Fútbol y rápidamente tomó el rol de líde, ya que estaba convencido de cual era la mejor forma de organizar su equipo para llegar a buen fin, pues identificó en Jimmy a un corredor veloz (delantero), a Santi como un buen defensa, o a él mismo como portero, pues era la posición que ocupaba cuando jugaba en el colegio. Lo mismo ocurrió con Belinda en el otro equipo, pues le encantaba practicarlo cuando se quedaba al comedor del colegio en la ciudad durante todo el año. Así, se emplea la técnica de Rogers (cuando un componente hace X, el otro hace Y), actúan como un grupo con un objetivo común en el cual todos y cada uno coinciden (ganar el partido), mientras que también se puede asistir a las cuatro fases por la que transita todo equipo; la formación (determinada en este caso por la distribución que de su equipo realiza Héctor, por un lado, y Clarita por el otro), la tormenta (los disgustos por los cuales pasaban cuando no salían los planes trazados y aquellos atacantes resultaban no ser los mejores para la ocasión), la normalidad y el desarrollo, que comportaba la mayor parte del encuentro. 

martes, 14 de junio de 2016

Disfrutando aprendiendo...

Telémaco era cada vez más feliz con sus amigos y Braulio satisfecho por la labor que, como quien no quiere la cosa, desempeñaba. De la manera más fácil y natural del mundo. Pero no todos estaban tan radiantes... Palmira, quien siempre había deseado tener un niño correteando entre los pasillos de su casa, se mostraba contrariada por que padre e hijo pasaran tanto tiempo juntos "qué estarán tramando estos dos", se decía, y consideraba que no tenía cabida en esa relación. Además, más de un reproche le había hecho a su esposo sobre el tiempo y el dinero que estaba perdiendo en su trabajo por estar con el niño, "que son muchos ya los vecinos que no te confían encargos porque saben que no llegaás a tiempo, que del niño puedo encargarme yo, pues sabes que no hay nada que más deseo me haga". Pero no era verdad; el tiempo que ambos habían vivido solos, la mujer se había acostumbrado a los exquisitos regalos de su marido, todos ellos llegados por sorpresa y sin una celebración en particular. En el fondo era esto lo que añoraba, los regalos, las atenciones de su marido. Pero desde que había perdido el habla, nada había vuelto a ser como era. Pese a todo, Palmira se sentía dichosa; tenían a un hijo con ellos, y era todo cuanto deseaban. No le podía pedir más a la vida. 

Pareció ser que las súplicas de Palmira habían hecho mella en Braulio, y aquella tarde la pasó por completo en la carpintería que tenían adosada al garaje de casa. Era un buen momento para acercarse a su hijo, y así lo intento. Estaba el niño en su alfombra de siempre cuando, al ver llegar a su madre, le preguntó; "Mamá, ¿qué es este libro que tienes en esta mesilla?". La mujer se arrodilló a su lado. "No es mío, Niséforo, sino de tu padre". "¿Y qué dice?". Se enterneció de golpe por su torpeza; ¿cómo iba a saber leer? Se preocupaba tanto de su bienestar económico y que no le faltara ningún tipo de protección, que había perdido la cuenta de que aún no había ido a la escuela. Tomó el libro y leyó "Los 7 hábitos de la gente altamente afectiva", autor Stephen Covery. Desconocía que su esposo tenía ese tipo de inquietudes, tan poco le conocía en el fondo... El niño pensó: "7... ¿y cuáles son, mamá? "Pues vamos a ver", dijo la mujer, al tiempo que hojeaba el libro.

- 1º: Sea productivo.
"Mamá, ¿yo soy productivo?". No sabía que responder. "Haces lo tuyo, igual que yo hago lo mío y papá lo suyo"
- 2º: Empiece con un fin en mente. 
"¿Qué quiere decir?". "Pues que debes tener un objetivo al qué perseguir". "¡Ah!, ya lo entiendo. Es la maceta ¿verdad?" La mujer se sorprendió: "¿La maceta? ¿Qué maceta?". "La maceta que papá nos puso en el camino y que teníamos que atravesar para ganar el juego". Sonrió, "sí, eso mismo, hijo"
- 3º: Establezca primero lo primero.
"¿Primero lo primero? ¿Cómo sería al contrario?" "Niséforo, lo que quiere decir es que hay que establecer prioridades, de lo más importante a lo menos importante". "Aaaaah"
- 4º: Piense en ganar. 
"Eso me gusta, je je"
- 5º: Procure primero comprender y después ser comprendido. 
"¿Cómo?". "Que procures comprender a los demás, y de ese modo serás comprendido" Palmira pensó entonces en su esposo, en como le había juzgado por pasar tantas horas con el pequeño, y era justo ahora cuando le comprendía. Se entristeció. 
- 6º: Sinergice. 
"Qué palabra tan rara mamá..." "Sí, un poco. Lo que nos quiere decir, es que cuando dos personas unen sus fuerzas en algo, logran mejores resultados en conjunto, ¿entiendes?"
- 7º Afile la sierra. 
Los dos se miraron y pensaron en la sierra que en esos momentos estaba usando Braulio en la carpintería, y se pusieron a reír ipsofacto. En momentos así, la explicación plausible a su significado quedaba en segundo plano. 

Palmira encontró poco después otros libros que llamaron su atención; "El liderzgo cultural" de Edgar Schein sobre como ser un líder animador, creador, sustentador de cultura y artífice del cambio; de Harry Truman, sobre el cual pudo leer "toda mala decisión que tomaba va seguida de otra decisión" así como unos enlaces de youtube abiertos en el ordenador personal de Braulio, en los que les llamaron la atención los siguientes: 



Desde que apareció e niño en sus vidas, Braulio se había estado empapando de todo lo relativo al liderazgo y había tratado de llevar a cabo con el pequeño los conocimientos que iba adquiriendo. Y es que "el entendimiento de las cosas ayuda, porque puede guiar la acción; pero por sí solos no basta, es preciso actuar". Esto es lo que estaba pretendiendo, y sin duda era lo que le daba fuerzas para seguir adelante. 

Sin duda podríamos identificar al bueno de Braulio con un líder sirviente o trascendente, una tipología de liderazgo en la que encontramos a sus máximos exponentes en las figuras de Jesucristo, Nelson Mandela o Mahamtma Ghandi. Es un líder que cuenta con un valor fundamental como es la humildad, ser una buena persona. Muchas veces el problema de un líder es su ego (ejemplos podríamos tener en el político norteamericano Donald Trump) y este tipo de líder se encamina a los corazones de las personas, es un líder mucho más emocional o sentimental. Weiss comentó que un líder no tiene necesidad de discutir, sino que debe dar ejemplo a través de su comportamiento. 


¿Podría ser Braulio la personificación del propio Mandela en esta historia?



lunes, 13 de junio de 2016

Enseñando al niño...

Los días iban pasando y Braulio trataba de comprender el mensaje que había recibido del oráculo, como denominaba a aquella voz que le habló. ¿Qué era lo que debía hacer con aquel pequeño que había ido a parar a ellos de manera sorprendente? Palmira había buscado un nombre para él "se llamará Niséforo, como mi abuelo". Braulio arrugaba el morro, Niséforo no era el nombre que le gustaba para un vástago suyo, pero cualquiera le llevaba la contraria a su señora esposa. No importaba, él ya tenía un nombre para él, y guardaba el secreto de como había llegado a parar a sus vidas. Además, nadie le preguntaría nada, pues no era capaz de hablar... 

Braulio reflexionaba sobre como aleccionar al niño y la dificultad que entrañaba el hacerlo debido a no poder hablar. Aquella mañana, había puesto al niño sentado en la alfombra delante del fuego a tierra del salón, mientras él permanecía sentado frente a él en un sillón. El pequño jugueteaba con unas piezas de lego, las iba colocando una encima de otra, pero acto seguido desmontaba la estructura al no gustarle la forma que tomaba. En ese momento, Braulio se puso a su lado y construyó una torre de quatro pisos con las piezas. El niño sonrió, y a continuación él hizo lo propio. Cuando terminó la derribó y miró a su padre, como indicándole que le dijera que debía construir entonces. Era fascinante la complicidad existente entre ambos, pues sin necesidad de hablar se comunicaban a la perfección. El hombre montó esta vez una estructura de cuatro plantas y dos alas entre la segunda y la tercera; el niño le secundó seguidamente. Comprendió entonces que, de la forma más simple posible, había encontrado una manera de transmitir a su retoño los conocimientos de una forma que por boca le era imposible; a través del juego y de la construcción holística. Espero unos instantes para ver hasta que nivel era capaz de llegar sin nuevas indicaciones. Niséforo hizo una torre de cinco plantas, después de seis, luego de seis con dos alas entre la cuarta y la quinta. Lo importante, no era la altura que tomara la torre, sino que fuese una altura realista para el pequeño (pues tratar de que formase una torre de doce plantas se antojaba casi imposible a esas alturas). Eso sí, el ideal debía de ser progresivo, cada vez un poquito más elevado y adecuado a la experiencia montando que iba adquiriendo el niño. Le iba felicitando cada vez que creaba una torre sin que se le cayera ninguna pieza, y cada vez estaba más animado. El juego alcanzaba cotas cada vez mayores, y Braulio añadió una pequeña venda a los ojos del niño para comprobar de qué forma había interiorizado el aprendizaje. Torpe al principio, poco a poco iba progresando en su desempeño, y aunque las primeras veces no conseguía atinar con la pieza y su cabidad con la que le precedía, poco a poco éstas encajaban a la perfección. Estuvo largo rato a su lado, hasta que le destapó por un instante los ojos  para que viera un gesto que le hacía de que tardaría diez minutos, pues debía ir un momento a ver si había llovido para retirar la leña de afuera. Cuando regresó, no cabía en sí de sorpresa; el niño se encontraba frente a una torre de ¡doce plantas! con alas en dos de sus plantas, perfectamente enderezada y sin atisbo de que pudiera caerse. Y todo sin ayuda. Cuando oyó los pasos del padre, se quitó la benda y se dirigió a él, lleno de ilusión para decirle: "papá, papá, mira lo que he hecho, una torre inmensa. Cómo me dijiste que querías diez, hice los diez pisos, pero luego añadí un poco más para que me quedara una torre aún más grande, ¿no te parece increíble?". En efecto, así era. A Braulio se le humedecían los ojos; su pequeño le estaba hablando como si se tratase de todo un señor, había entendido que quería diez plantas cuando realmente había querido decirle que tardaría diez minutos, y aún y así superó esa marca por dos plantas. Qué tenacidad y fortaleza había demostrado ese pequeño ser, el efecto Pigmalión o Galatea, que habla de como la creencia de una persona en otra puede influir en su rendimiento, se había manifestado en esa situación. Esto había sido gracias a su honestidad y a la empatía que le había manifestado, mostrándolo toda su confianza en el desempeño de la torre. Fue entonces cuando le vino a la cabeza el ejemplo de disciplina de alguien que reúne muchos de los valores deseados en cualquier ser humano; el tenista mallorquín Rafael Nadal, alguien muy especial. Cuenta la historia que, ya de muy pequeñito, su tío le ponía a ver a partidos cuyo deportista de referencia estaba a punto de perder ante su rival. Entonces, le decía que, con todas sus fuerzas, creyera firmemente que podía cambiar esa situación y revertir el marcador a favor de dicho jugador. Y así terminaba siendo, y años más tarde sería el propio Rafa quien llevaba a su terreno los marcadores más adversos que pudieran verse en un partido y salir fortalecido cuando muchos lo daban por acabado. No era más que una técnica de su tío y mentor, pero que fomentaría su espíritu competitivo, luchador y de pundonor. 


Rafael Nadal, un espejo en el cual Braulio quisiera que se mirara su hijo Telémaco

Telémaco era el nombre que había elegido para el pequeño. Como el hijo de Ulises (personaje de "La Odisea") que, al marchar a la Guerra de Troya, quedó a cargo de Mentor para que éste le llevara por el buen camino y fuese un hombre de provecho. Pensó que tal vez eso era lo que pretendía el Oráculo, pues de alguna manera ese niño no le pertenecía y estaba dispuesto a llevarlo a cabo. Ya había puesto la primera piedra, y a partir de ahí todo sería seguir la senda iniciada. 

"Es una pena que esa enfermedad te haya quitado el habla, buen vecino", espetó el boticario cuando Braulio se dirigió a comprar unas cosas enviado por Palmira. Esa era la leyenda que circulaba por el pueblo; una fiebre muy alta provocada por un virus desconocido, había acabado con su habla. En cuanto a Telémaco, era el hijo de una hermana de Palmira que, moribunda en el lecho de muerte, le confió lo que más quería para que le cuidara y le diera un hogar que de ninguna manera iba a tener con el borracho y mujeriego de su marido. "Veo que el niño está muy solo, vecino. Lo mismo puede hacer buenas migas con mi chiquilla". Tras el mostrador asomaba una niña pecosa, con dos trencitas y muy risueña. "Clarita, ven a saludar al hijo del vecino". Los dos niños se acercaron y en apenas unos segundos ya estaban correteando por las callejuelas. "¿Ve qué fácil lo hacen todo los niños? Nosotros somos mucho más complicados y le damos dos vueltas a todo, ¿no le parece?" Le dijo cómplice, al tiempo que le daba su pedido y lo despedía. 

La nueva amiga del pequeño traería a nuevos amigos, y así, en un santiamén, el pórtico de la casa de Braulio 'el leñador' se llenaba de críos día sí, día también. Jugaban al pilla-pilla, al un dos tres, cara a la pared, al pañuelo y a otros juegos inverosímiles (o que el hombre no había escuchado en su vida) que se inventaban. Pero aquella tarde, había decidido darles una pequeña sorpresa; con motivo del primer mes que cumplía Telémaco-Niséforo con ellos, Braulio había dejado por un momento su tarea en la carpintería (donde daba forma a la leña que sacaba de sus recursos así como la que le buenamente le cedían sus vecinos) para empeñarse con otra que hiciera disfrutar a los pequeños. Había nevado y ¿qué mejor vehículo para deslizarse esa época del año? Puso un par de macetas en el suelo y sacó lo que había hecho para ellos; eran dos trineos-esquís con dos cuerdas cada uno de ellos. Eran ocho niños, así que los dividió en dos grupos y los colocó a lado y lado de cada trineo, respectivamente. Expectantes, vieron como el hombre sujetaba las dos cuerdas y deslizaba los esquís, primero uno, luego otro. Lo hacía lentamente, porque no era tarea sencilla entre tantos. Impacientes por probar, los pequeños se mostraban nerviosos y con saltos y algarabías no veían la hora de jugar. Ala primera el que iba delante se trastabilló, haciendo caer al resto y ante las risas de los demás. Poco después, eran éstos los que no lograban coordinarse y era el último quien hacía ceder al resto. El caso es que ambas macetas continuaban a apenas unos metros (pero que con la dificultad del juego parecían kilómetros...) y los grupos aún lejos de llegar."Un momento", dijo Jimmy, que lideraba uno de los grupos. "No podemos ir cada uno como queramos ¿no véis que nos caemos? Pero es que no tengo ni idea de la mejor forma, ¿qué pensáis?". El otro grupo le escuchaba atento, y Cipriano, que era el que se había colocado en primer lugar antes de que los demás eligieran sitio, decía; "ni caso a estos, que no saben nada, vosotros hacerme caso a mi que sé como podemos llegar hasta la maceta". Clarita permanecía callada en uno de los grupos; no le parecía bien que alguien exigiera a los demás como conseguir caminar hasta la maceta sin contar con su opinión, pero, desde el final del grupo, daba instrucciones a sus compañeros sobre como conseguirlo "Vamos bien, pero recordad que hay que llegar a la maceta, si no, no conseguiremos nada". Poco a poco, el grupo de Jimmy lograba la frecuencia necesaria hasta rodear la maceta y regresar al lugar que partían, mientras el otro equipo apenas se había movido. Braulio los miraba desde el visillo de la ventana y sonreía; lo había vuelto a conseguir, había vuelto a mostrar una lección necesaria a su pequeño. En esta divertida actividad habían presenciado la evolución del liderazgo; desde un 'ordeno y mando' llevado a cabo por Cipriano (típico del siglo XIX), hasta uno más transcendental que busca servir a los demás encarnado en la persona de Jimmy (frecuente del siglo XX) pasando por un liderazgo transformacional enfocado al objetivo (dar la vuelta a la maceta y volver los primeros) del que hacía gala Clarita (siglo XXI). Al mismo tiempo, uno de los dos grupos, sin otra indicación del leñador, había solucionado el problema que se les planteaba eligiendo entre las múltiples opciones disponibles, mientras que los otros decían el problema pero no la solución y, cuando se ofuscaban en exceso, ni decían el problema ni decían la solución, ya que no se sentían capaces de ello. 





sábado, 9 de enero de 2016

2 de octubre... El comienzo

Esta es mi apuesta para el blog, actividad transversal de la asignatura "Outdoor", realizada en el marco del Máster de Gestión y desarrollo de personas y equipos de trabajo en las organizaciones de Universidad de Barcelona en el curso 2015/16. He buscado una forma diferente y, espero, original de hacerlo. Pasen y vean el sorprendente mundo de nuestros protagonistas de "El oráculo de Sergio". 

No fue aquel viernes 2 de octubre cuando empezó todo... En realidad, había comenzando mucho antes.



Braulio era su nombre. Los que bien le conocían le habrían descrito como un tipo conservador, chapado a la antigua y de costumbres inamovibles. "Tal cual cómo si se hubiese escapado de una época anterior", comentaba alguien. Su buen fondo se dejaba entrever en cada gesto; rara era la vez que no ayudaba a cortar leña a los vecinos más mayores, o a llevar la compra a sus mujeres. Incluso habitual era que pagase el ponche a sus compañeros de fatiga en la bodega de Tomás, que era lugar obligado de congregación para todos los aldeanos en los fríos inviernos o los pegajosos e interminables veranos. Aquel día otoñal, el crujir de las hojas secas bajo sus pies le evocó unas sensaciones maravillosas, le alejaban por completo del ajetreo diario. Caminaba por inercia, sin saber exactamente hacia donde se dirigía. No importaba, estaba tan a gusto con ese crujido permanente y esa ligera brisa acariciando su rostro y zarandeando las ramas de los árboles, medio despoblados ya, que poca importancia tenía todo lo demás. Seguía su caminar, lento y armonioso, despacio, como a cámara lenta, hasta que las hojas caídas comenzaron a escasear y delante suyo se mostraba una gruta oscura. "No recuerdo haberla visto antes", se decía Braulio. La realidad es que iba siempre tan precipitado y con tantas prisas que no se había detenido a apreciar el entorno que lo rodeaba. Al tiempo que reflexionaba sobre esto, iba penetrando aquella gruta oscura hasta el punto que la luz de la entrada había desaparecido. "Entré bastante, quizás lo mejor sea salir nuevamente que mi mujer me espera". Un sonido estruendoso le interrumpió de repente y lo dejó inmóvil en el medio de tanta oscuridad. "Alguien me ha hablado?" "¿Quién está ahí?". Lo que ocurrió seguidamente, lo dejaría sin palabras por mucho tiempo.




"Escúchame atentamente, humilde y considerado hombre, tu nobleza te ha llevado hasta este lugar. Te estuve esperando pacientemente y por fin estás aquí. ¿Qué es lo que has echado de menos todo este tiempo? Hay que vigilar con las cosas que deseamos, porque puede llegar un momento en que se tornan realidad. Lo que encontrarás unos metros más allá es todo tuyo siempre y cuando demuestres que puedes sacar de él el mayor provecho posible. Si llegado el momento no lo conseguiste, o bien se lo confías a la persona inadecuada, desaparecerá de tu lado y nunca más recuperarás el habla. Como comprenderás, te he quitado la oportunidad de rebatirme así como de negarte. Adelante pues, demuestra todo lo que sabes y vales". Así sentenció esa voz, dejando al hombre ensimismado y sin capacidad de reacción.


Hipnotizado por aquella voz venida del más allá, el buen hombre obedeció el mandato y se dirigió unos metros más allá, donde esperaba un ser angelical... Era un niño, sí un niño, aquello que tanto su esposa como él habían anhelado durante tantos años que el Señor les había negado tener uno. "Esto no es posible", se decía, "¿cómo puede haber un niño aquí? ¿y por qué soy yo quién lo encontré?". Incrédulo, estupefacto, sin que una gota de sangre recorriera su cuerpo, Braulio sostuvo a ese hermoso niño, le apartó un objeto redondeado con el que jugaba (algo parecido a una pelota medicinal) y observó, para su gozo, como éste le sonreía al tiempo que él se llenaba de felicidad y entusiasmo. Lo estrechaba entre sus brazos mientras hacía esfuerzos por recordar aquellas palabras que había escuchado. "Cuidado con los deseos... es tuyo siempre y cuando demuestres que puedes sacar de él em mayor provecho posible... si llegado el momento no lo conseguiste, o lo confías a la persona equivocada, desaparecerá de tu lado..". Tragó saliva para recordar lo que venía a continuación: "Nunca más recuperarás el habla". En efecto, era incapaz de articular palabra nuevamente, ni tan siquiera emitir sonidos guturales. Aquel extraño hechizo le había negado la posibilidad de hablar, pero al cambio le dio lo que más deseaba en este mundo; un hijo. Pero lo complicado venía ahora; demostrar que podía sacar de él lo mejor de todo.

Por mucho que temiera a la reacción de su esposa Palmira y en cómo iba a hacer para hacerle entender, sin hablar, cómo había ocurrido todo aquello, ahora estaba feliz. Pero no fue necesario; al verlo, la mujer rompió en sollozos y cubrió al pequeño de besos, mimos y arrumacos. ¿Le preguntaría alguna vez dónde lo habría encontrado? Quién sabe, lo cierto es que la vida de Palmira y Braulio cambiaría, para siempre.